Si pensamos la resiliencia más allá del ámbito individual, y nos movemos a los ámbitos social y comunitario, podemos entender el desarrollo resiliente como un camino a recorrer en el que se requiere de un cambio de modos de hacer y enfrentar las situaciones de vida, un cambio en nuestras actitudes para actuar. Un camino de conexión y de transformación de la cultura de las familias, de las comunidades, y de los diversos espacios de interacción de la sociedad en general.
Las rutas hacia el desarrollo resiliente no son lineales, se construyen en el proceso de diálogo entre los sujetos y su contexto, respondiendo a los riesgos, las necesidades y las oportunidades emergentes, y requieren de un ambiente que favorezca la innovación y el aprendizaje. Pensamos entonces en un proceso de cambio social, que incluye diversidad de actores, que desarrolla capacidades de resiliencia y que prevé el bienestar y los derechos de todos a lo largo del tiempo.
Esta perspectiva de desarrollo resiliente apuesta por un enfoque integral y a largo plazo, basado en derechos, comprometido con la justicia de género, con el desarrollo de capacidades, con la participación y la creación de un entorno facilitador del aprendizaje.
Desde estos presupuestos, se propone un ciclo formativo dirigido a desarrollar competencias en actores locales, para la integración del enfoque de desarrollo resiliente en procesos de transformación de comunidades y localidades.